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Los meteoritos, esas rocas que recorren a su aire el Sistema Solar y que si son demasiado grandes amenazan nuestra existencia, también han cambiado radicalmente el devenir de historia.
Desde el cielo nos llegan cometas y meteoritos de diferentes tamaños. Uno de ellos, bien conocido, provocó la desaparición del 85% de las especies animales -entre ellas, todos los dinosaurios- hace 65 millones de años. Si no hubiera sido por este asteroide de 10 km de diámetro, los mamíferos no habrían podido convertirse en la clase zoológica dominante, ocupando el lugar dejado por los reptiles.
Los restos del impacto que se conservan en el Yucatán son el ejemplo más claro de la poderosa influencia de los cielos en el devenir de la vida en la Tierra. Aún más. Posiblemente también hayan tenido algo que ver con la evolución de nuestra tecnología.
Hacia 1500 a. C. los hititas descubrieron que el hierro podía fundirse para hacer herramientas y armas de mayor calidad que las hechas de bronce, una aleación de cobre y estaño. ¿Cómo se descubrió el hierro? El punto de fusión del cobre es lo suficientemente bajo -casi 1.100 ºC- para que pueda fundirse en simples fuegos. Pero el hierro, con sus 1.808 ºC, requiere una fundición intencionada mediante un complejo proceso. ¿Qué dio la clave para que los pueblos de Oriente Medio empezaran a utilizar el hierro?
Una pista la tenemos en que muchos de los artefactos encontrados en las excavaciones de la Edad del Bronce contienen un 90% de hierro, entre ellos tenemos la daga de Tutankhamon. Los análisis químicos han revelado que las impurezas de la daga son de níquel, lo que apunta a que ese hierro vino de un meteorito metálico, cuya composición es esencialmente la misma. ¿Es posible que lo primero que utilizaran los herreros fuera el hierro fundido por nuestra propia atmósfera? Hititas y sumerios reconocieron esta conexión al llamar al hierro “el fuego del cielo”; incluso la palabra egipcia que lo designa significa “trueno del cielo”. Es más, el término asirio es “metal del cielo”. Con los meteoritos como inspiración y guía, reconocer las menas de hierro en la Tierra era algo casi inevitable. Los meteoritos permitieron el salto a la Edad del Hierro.
Una de las sorpresas que se llevaron los primeros exploradores europeos del ártico es que la tribu esquimal de los Inuits, en el noroeste de Groenlandia, usaban cuchillos, puntas de arpones y herramientas para grabar hechas de hierro... y no tenían minas. Su fuente era un meteorito que se encontraba a más de 2.000 km de distancia.
Entre 1818 y 1883 cinco expediciones partieron en busca de la “Montaña de Hierro” y fracasaron. En 1894 Robert E. Peary, guiado por un lugareño que lo condujo a cierto lugar de la isla Saviksoah, al norte del cabo de York, encontró el legendario meteorito que estaba dividido en tres partes: Ahnighito (34 Tm), la Mujer, (3 Tm) y el Perro (0,5 Tm). Como no podía ser de otro modo, los tres años siguientes Peary los dedicó a llevárselos del lugar: tuvo que hacer frente al inhóspito clima y a los problemas de ingeniería para construir el único tren que ha recorrido Groenlandia. Al final las "minas" de hierro de los Inuit fueron vendidas por 40.000 dólares al Museo Americano de Historia Natural y hoy pueden verse en la Sala de Meteoritos Arthur Ross.
Irónicamente, también nuestra civilización hace uso de metales llovidos del cielo. El 27% del níquel del mundo proviene del astroblema de Sudbury, en Ontario (Canadá), el segundo cráter más grande del planeta formado por el impacto de un gran meteorito compuesto principalmente por hierro y níquel que chocó contra la Tierra hace 1.850 millones de años. Así que si usted tiene alguna moneda con cierto contenido en níquel, como la estadounidense de cinco centavos, es muy probable que tenga entre sus manos metal que llegó a la Tierra desde cinturón de asteroides.
Pero no solo los meteoritos sirven para potenciar la tecnología; también son considerados como pruebas de la habilidad de los dioses para hacer cosas. E incluso como amuleto. Eso pasó en 205 a. C. cuando Aníbal se dedicaba a merodear por Italia amenazando la estabilidad de la República. La Sibila profetizó que Aníbal sería derrotado si la Madre de los Dioses Ideana era traída desde su templo de Pessinus, en Frigia (Turquía central), hasta Roma. En busca de una segunda opinión, lo senadores romanos consultaron el oráculo de Apolo que les dio la misma contestación: la Magna Mater debía regresar a Roma. Se construyó un buque que partió en tan sagrada misión con cinco senadores comandados por M. Valerius Laevinus. Todo ese despliegue por lo que se cree que era un trozo de meteorito de forma cónica.
Con semejante ínfula religiosa, los romanos fueron capaces de vencer a Aníbal y en poco tiempo conquistaron Cartago. En gratitud, construyeron un templo dedicado a ella en la colina Palatina donde el meteorito fue adorado durante 500 años hasta caer en el olvido. En las excavaciones que se llevaron a cabo en la zona 1730 se encontró pero fue dejado a un lado porque nadie lo reconoció. Y se perdió para siempre.
Uno de los últimos emperadores del decadente imperio romano, Marco Aurelio Antoninus también tiene su relación con los meteoritos. De joven fue ordenado sumo sacerdote en el templo de Emesa (hoy la ciudad siria de Homs). Se tomó tan en serio sus obligaciones que cambió su nombre por el del dios que se adoraba en ese templo, Elagábalo. Su culto estaba centrado en la Piedra Negra de Emesa, un gran meteorito de forma cónica.
También es posible que sea éste el origen de la Piedra Negra de la Kaaba, un lugar de culto preislámico que contenía 360 ídolos hasta que en 630 Mahoma, tras adorar la Piedra Negra, la limpió de todos ellos. Trescientos años después la secta de los carmatianos la robó y fue recuperada dos décadas más tarde: fue identificada porque, según cuenta la leyenda, flota en el agua.
La tradición islámica afirma que vino del cielo y era del color del jacinto pero mudó al negro por culpa de los pecados de la humanidad. Según los testimonios de quienes la han visto, es de color negro rojizo y en su superficie se distingue alguna algún franja e inclusiones cristalinas. En 1980 Elsebeth Thomsen propuso que podía tratarse de una impactita, arena fundida con material meteorítico, obtenido del los cráteres Wabar en el inhóspito desierto saudí de ar-Rub Al-Jali. Las impactitas de Wabar tienen el aspecto de un vidrio duro de estructura porosa (puede flotar) con inclusiones de cristal blanco y arenisca (la franja).
En el más reciente año de 1853 cayó un meteorito en el África oriental y fue declarado dios por la tribu Wanika, hasta que una hambruna y la masacre realizada por los Masai obligaron a replantearse su divinidad. El 2 de diciembre de 1880 un meteorito cayó literalmente a los pies de dos brahmanes cerca de Andhara (India), que inmediatamente se autoproclamaron ministros del “Dios Milagroso” y consiguieron atraer a 10.000 peregrinos en un día. Finalmente, el 14 de agosto de 1992 docenas de rocas cayeron del cielo en Mbale, Uganda. Los lugareños decidieron que, conveniente pulverizadas, las tomarían como medicina: las habían mandado los dioses para curar el sida.
Me licencié en astrofísica pero ahora me dedico a contar cuentos. Eso sí, he sustituido los dragones y caballeros por microorganismos, estrellas y científicos de bata blanca.
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